SI LA VIERAS

Ella es la fría esperanza de la oscuridad,
es la noche encarnada en el fuego
de la piel de la mujer.

Ella es el susurro de tu soledad,
es la sombra desgastada de los sueños
que olvidaste recorrer.

A veces quisiera morir en el negro de su mirada.
Fuego negro que me quema, que me arrasa y me aniquila.
Quisiera morir en sus párpados negros como la nada,
en su boca de cerveza y de tequila.

Quisiera morir en el pecado de sus manos;
sólo sus manos saben cómo hacerme descansar.
Sólo sus manos saben hacerme bailar,
y pintarme la carita del nácar de su reflejo.

Ella vive en mis espejos,
la busco por detrás de mí clavándome su dulzura,
agarrada a mi cintura,
con el regalo de su abrazo sincero.
Es su silenciosa manera de decirme que me quiere,
como quieren las espinas a la rosa,
o los dientes a las bocas,
o las olas a las rocas.

Contémplala un segundo en el silencio que te impone,
te romperá, te rendirá, te irá venciendo,
y tú sólo querrás que su piel sea tu piel,
que su lengua tu alimento,
que su calor sea tu invierno.

Que su invierno te eleve hasta la aurora
como llevan a la luna las crestas de las olas,
como mece al sueño el sabor de la amapola,
como mueve al mar el rumor de caracolas.

Un solitario beso de labios consentidos.
Es su manera preciosa de endulzarme las heridas
con su piel de mariposa.
Es su irremediable desgastar en mis sentidos.
Son dos filos para mis labios
sus labios de pan y vino.

Ella es la flor que sabe de conservar sus pétalos de rosa
entre zarzas de miradas,
entre abrazos de espino.
Que sabe de buscarle sentido a un destino que no importa,
a las cuchillas que no cortan,

a las bocas que no besan...

La flor que se abre y me trae la primavera,
y volver a verla, y desearla
como la vez primera que me cubrió con su fragancia,
y querer besarla,
y sentir como sus uñas me inoculan de arrogancia,
y no atraparla,
y no rozarla,
y entender cómo mis sueños se disfrazan de distancia.

A SIETE CENTÍMETROS DE TU BOCA

A siete centímetros de tu boca
el aire se espesa y se enreda,
y el tiempo se amarra a cada latido
como queriendo derretir la distancia entre nosotros.

A siete centímetros de tu boca
se refleja el espejo del mundo en tus ojos
y se vierte un silencio plomizo
que asfixia mi respiración como un lazo de asma.

A siete centímetros de tu boca
del resquicio de tus huellas aparecen mis fantasmas
como descosidas cicatrices en furia,
como heridas que no quisieron ser cerradas,
como sueños atrapados, como lenguas olvidadas.

A siete centímetros de tu boca
y sin embargo más lejos que nunca,
arrodillado, infectado del temblor de mis piernas
derrotado por el desprecio de tu espalda,
por el manto gris de la infinidad de tu nuca.

A siete centímetros de tu boca
remolino en las polvorientas mariposas de mis entrañas,
y dudo entre besarte o lanzarme al precipicio
de aceptar
que se fundió en un segundo aquella maravillosa forma
de despertar por las mañanas.
A siete centímetros de tu boca
me acompañará, otro ratito, tu punzada...

SI...

Si se doblaron las piernas de agarrarse fuerte;
si se cayeron los párpados
atrapados en el sueño de lo inevitable;
si la duda se desnudó ante nuestras atónitas verdades.

Si se voló nuestra inocencia con el ritmo de la vida,
y el trino que nos despertaba se apagó de un perdigón;
si se helaron entre rejas los pálpitos del corazón.

Si ayer nos jugamos, a cartas descubiertas,
una partida ya perdida, y a la deriva
se nos hizo de noche de golpe;
si no encontramos ningún sitio donde dejar los huesos...

Si se fundieron las luces que nos alumbraban
y sólo nos quedó el esmeralda que te adorna la mirada;

Si aun así en la penumbra nos quedan ganas de mirarnos,
si sigue sin haber nada más que nuestros labios,
nada más que ganas de besarnos;
si seguimos temblando, y subiendo,
y soñando con la huida a donde no haga falta encontrarnos;

Si sigo queriendo morir en tu cintura,
ensortijado en tu pelo
como una caracola que quisiera volver al mar.
Si sigues siendo mi dulzura,
mi gotita de arcoiris, mi pasión de caramelo,
la razón por la que quiero caminar.

Sí,
sigues siendo la razón por la que quiero despertar,
sigues siendo mi aire y mis alas,
las nubes donde me abrigo cuando el frío
me recuerda a las malas
que soy el fugaz transeúnte de ciudad Soledad.

Sí, sigo queriendo morir contigo.