APRENDÍ

Aprendí a empaparme de tu boca sin apenas besarte,
aprendí a morirme a solas, a desnudarte;
a encontrar alimento en otro aliento.
Aprendí a ensuciar tus pensamientos,
a buscarte en otras faldas;
aprendí a rozarme con el cielo de tu espalda.

Aprendí que no puedo alcanzarte,
que es inútil tratar de atraparte
con las manos vacías. Y con la boca cerrada.
Aprendí a esperar tu llamada,
a ser paciente, y obediente,
a ser esclavo de tu mirada, a ser mendigo de tu pasión.

Aprendí a hacer de tripas corazón,
y a coserme las heridas con las cuerdas de tus trenzas
y con tu lengua de punzón.

Aprendí a odiarte, a respirar de tu veneno,
aprendí incluso a echarte de menos.
Aprendí, de nuevo, que vuelvo a ser poeta inservible,
de manos invisibles, llenas de nudos,
y de papeles garabateados, quemados y mudos,
que no dirán nada porque les falta tu mirada.

Aprendí que tú no abres los domingos,
a buscarte por las cicatrices de la noche en que nos conocimos.
Aprendí a sufrir tus pesimismos, y a que me diera lo mismo
si me usas como abrigo,
o si juegas a que vuelas conmigo.
Aprendí a tachar los días en el calendario,
que soy tus suelas, que soy tu ropa de diario...

Aprendí que sólo soy la parte que te sobra.

Y A PESAR DE TODO, CONVENCIDO

A veces se nos engancha el alma en algún rincón
y el tirón nos duele cuando nos desgarra la ilusión.

A veces se nos escarcha la mirada, y se queda encogida,
encajada en los espejos, en las noches perdida.

A veces se nos amaga el corazón, sin querer salir,
y latir es cuestión de inercia y no de subsistencia.

A veces se nos amarga la boca en la ausencia de los besos,
en el quebranto de los huesos, en la inexistencia.

A veces se nos duermen las manos, de echar de menos y no tocar,
a veces quisiéramos echar a volar sin mirar atrás
y quedar ahogados en el fondo del mar.

En lo más hondo de la soledad se da la vuelta el querer,
donde dicen que es verdad que sólo se puede perder,
donde duele amar y cura el duelo,
donde se suele llorar sin consuelo,
donde las cruces se las clava uno mismo,
donde te das de bruces contra el mutismo,
donde te abanican los días como las hojas al viento.

A veces nos sangran los labios en agrio lamento,
a veces se nos mueren los pensamientos,
exhaustos de volar se dejan llevar por la deriva.

A veces se añora hasta el sabor de la saliva
a veces las horas pasan como días,
y te rellenas de agonía, y nada te vacía.

A veces los gritos de la sangre estallan en aullidos,
en alaridos que restallan por las venas
cuando se encuentran rotas, derramadas por la arena,
a veces cortarlas sería la mejor de las derrotas...

Y a pesar de todo, moriría convencido de que valió la pena...